Smith, Marx y democracia

07 Junio 2013

Ha-Joon Chang

Ha-Joon Chang
The Guardian Unlimited, 7 de mayo, 2013
El Mono Político, 19 de mayo, 2013
En Inglés

George Osborne [ministro de Economía británico] y sus funcionarios del Tesoro están preparándose para la pelea. Han prometido hacerle la vida difícil al otro bando durante las próximas dos semanas. Los improbables oponentes son el equipo de  economistas del FMI que nos visitan para una revisión periódica de las políticas.

¿Por qué este encuentro rutinario, que pasaría desapercibido fuera de los círculos profesionales, se ha convertido en una confrontación? Porque el FMI ha retirado recientemente su apoyo a la política de austeridad del ministro y repetidamente le ha solicitado que lo vuelva a pensar. Incluso dijo que el ministro estaba “jugando con fuego” al negarse a cambiar de rumbo.

Esto es un desarrollo asombroso. Durante las últmas tres décadas, el FMI ha sido el abanderado de la austeridad. En 1997 incluso obligó a Corea del Sur –con un superávit presupuestario y una de las menores deudas públicas en el mundo (en proporción al PIB)– a recortar el gasto público. Solo cuando la política convirtió lo que era ya la mayor recesión en la historia del país en una catástrofe, con más de cien empresas cayendo en bancarrota cada día durante cinco meses, hizo un embarazoso giro en redondo y permitió un déficit presupuestario para impulsar el desarrollo.

Teniendo en cuenta esta historia, que el FMI te diga que vayas con calma con la austeridad es como si la Inquisición española te pidiera ser más tolerante con los herejes. El ministro y su equipo deberían estar preocupados.

Incluso si el FMI no lo aprueba, ¿por qué el Gobierno de Reino Unido persiste en una política que claramente no está funcionando? O, con respecto a ese asunto, ¿por qué se está impulsando la misma política en toda Europa? Cierto economista ya fallecido habría dicho que se debe a que el Gobierno está “en realidad instituido para la defensa de los ricos frente a los pobres”. Totalmente cierto.

Las políticas actuales en Reino Unido y otros países europeos consisten realmente en hacer pagar a los pobres los errores de los ricos. Millones de personas pobres han perdido sus trabajos y el apoyo que recibían a través del Estado de bienestar, pero, ¿cuántos de los banqueros que causaron la crisis han sufrido, excepto por la cancelación de un título de honor aquí y una reducción de pensión allá? Si alguien ha sufrido en la industria financiera, son sus miembros más pobres: analistas junior que perdieron sus trabajos y cajeros que están trabajando más horas a cambio de salaries reales reducidos.

En el caso de que te lo estés preguntando, no fue Karl Marx quien escribió las palabras que reproduzco más arriba. Él nunca lo habría dicho de manera tan tosca. Su versión, enunciada con típico estilo, fue que el “gobierno del nuevo Estado no es sino un comité para el manejo de los asuntos comunes a toda la burguesía”. No, aquellas condenatorias palabras vinieron de Adam Smith, el supuesto santo patrono de la economía de libre mercado.

Para Smith y Marx, los prejuicios de clase del Estado saltaban a la vista. Ellos vivieron en un tiempo en el que solo los ricos podían votar (si es que había elecciones) y por tanto había pocos controles a la extensión en que esos ricos podían dictar las políticas de gobierno.

Con la posterior ampliación del sufragio, finalmente a todos los adultos, la naturaleza de clase del Estado ha sido diluida de manera significante. El Estado de bienestar, las regulaciones de monopolios, la protección del consumidor y la de los derechos de los trabajadores, son cosas que han sido establecidas solo debido a este cambio político. La democracia, a pesar de sus limitaciones, es finalmente la única vía para asegurar que las políticas no solo beneficien a unos pocos privilegiados.

Este es exactactamente el motivo por el que los economistas de libre mercado y otros que están en el lado de los ricos han sido tan negativos con la democracia. En los viejos tiempos, los economistas de libre mercado se opusieron rotundamente al sufragio universal basándose en que este destruiría el capitalismo: las personas pobres elegirían a los políticos que se apropiaran de los medios de los ricos y los distribuyeran entre los pobres –afirmaban–, destruyendo completamente los incentivos para la creación de riqueza.

Una vez introducido el sufragio universal, esos economistas no pudieron oponerse abiertamente a la democracia. Así que empezaron a criticar “la política” en general. Los políticos, se afirmaba, adoptarían políticas que maximizaran sus posibilidades de reelección, pero que dañaran la economía, imprimiendo dinero, haciendo favores a poderosos monopolios y aumentando el gasto en el bienestar social de los pobres. Los políticos necesitaban que se les impidiese tomar decisiones políticas importantes, argumentaban.

Siguiendo este consejo, desde los años 80 muchos países han delimitado los ámbitos políticos más importantes para mantener afuera a los políticos. Bancos centrales independientes (como el Banco Central Europeo), agencias de regulación independiente (como Ofcom y Ofgem) y reglas estrictas para el gasto público y el déficit (como la regla de “equilibrio presupuestario”) han sido introducidos.

En tiempos económicos particularmente difíciles –se discutió incluso–, tenemos que aislar las políticas económicas del resto de políticas. Las dictaduras militares latinoamericanas fueron justificadas en esos términos. La reciente imposición de gobiernos “tecnocráticos” en Grecia e Italia, compuestos por economistas y banqueros que no han sido “manchados” por la política, provienen del mismo marco intelectual.

Lo que los economistas de libre mercado no nos están diciendo es que las políticas de las que quieren deshacerse no son otras que las de la democracia misma. Cuando ellos dicen que necesitamos aislar las políticas económicas de la política, están en la práctica defendiendo la castración de la democracia.

El conflicto en torno a las políticas de austeridad en Europa tiene que ver, por tanto, no solo con cifras del presupuesto, el desempleo y la tasa de crecimiento. Tiene que ver también con el significado de la democracia.

Como José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, ha reconocido recientemente, la política de austeridad ha “llegado a sus límites” en términos de “apoyo político y social”. Si los líderes europeos, incluyendo al ministro de Economía británico, continúan empujando las políticas contra dichos límites, las personas inevitablemente empezarán a preguntar: ¿cuál es el sentido de la democracia, cuando las políticas sirven solo a los intereses de las pequeñas minorías que están en la cúspide? Esto es un momento decisivo para la democracia en Europa.


Ha-Joon Chang es un economista de Cambridge y un asociado titular de investigación con el Centro de Investigación en Economía y Política (Center for Economic and Policy Research – CEPR).

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