11 Diciembre 2015
Mark Weisbrot
Página/12, 11 de diciembre, 2015
Truthout, 19 de diciembre, 2015
Huffpost Voces, 14 de diciembre, 2015
La Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), 12 de diciembre, 2015
Desde Abajo, 11 de diciembre, 2015
AlterNet, 11 de diciembre, 2015
Common Dreams, 10 de diciembre, 2015
Huffington Post, 10 de diciembre, 2015
The Hill, 9 de diciembre, 2015
La oposición venezolana obtuvo una gran mayoría en la Asamblea Nacional del país por primera vez en los últimos 16 años. Muchos observadores estadounidenses consideran esto como un punto de inflexión, no sólo para Venezuela sino para toda la región, donde casi la mitad de los habitantes viven actualmente bajo gobiernos de izquierda.
¿Qué conclusiones debemos nosotros sacar de este hecho? Lo primero que debería reconocerse es que la infinita cantidad de artículos periodísticos, editoriales de opinión, declaraciones, etc., por ejemplo del Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que denunciaban el proceso electoral venezolano e insistían en la necesidad de monitores electorales “creíbles” — es decir, monitores de la OEA que respondieran a Estados Unidos — estaban equivocados. Al citar comentarios fuera de contexto del Presidente venezolano Maduro y agregar otras declaraciones engañosas e imprecisiones sobre la “manipulación” y más, sembraron el temor de que el gobierno no aceptaría los resultados si perdía.
Pero menos de siete horas después de que cerraran las urnas se anunciaron los resultados y el presidente los aceptó sin reservas ni vacilación, más bien con cierto orgullo — que comparten muchos venezolanos — de que su sistema de votación muy seguro y múltiplemente salvaguardado funcionó bien. El Presidente Maduro también había firmado antes de las elecciones un compromiso de respetar los resultados y solicitó, sin éxito, tal como sucedió a menudo en el pasado, que la oposición hiciera lo mismo.
La concurrencia a las urnas fue muy alta para cualquier país, aproximadamente del 75 por ciento, especialmente tratándose de una elección no presidencial y teniendo en cuenta que el voto no es obligatorio en Venezuela, a diferencia de muchos otros países latinoamericanos. Un análisis preliminar de los resultados parece indicar que la concurrencia de la oposición a las urnas fue masiva, prácticamente al mismo nivel que en las elecciones presidenciales de 2013, mientras que muchos chavistas que respaldan al gobierno se quedaron en sus casas, restándole así casi dos millones de votos respecto de las elecciones de 2013. Por eso resulta difícil creer, como alegaron la mayoría de los críticos antes de las elecciones, que el gobierno contaba con algún tipo injusto de ventaja enorme sobre la oposición. Los votos que obtuvo el gobierno fueron más que nada los de sus bases de apoyo, gente a la que — a pesar de las dificultades de los últimos dos años — le cambió la vida sustancialmente para mejor y no quiere volver a la era pre-Chávez. Realmente no hay cómo convencer a esta gente de que vote en contra del gobierno.
De modo que la oposición consiguió que su mensaje llegara a destino y logró que sus votantes concurrieran a las urnas, lo cual no debe sorprender, dada la situación de la economía y los recursos de la oposición. Aún poseen la mayor parte de la riqueza e ingresos del país, reciben millones de dólares del gobierno estadounidense y cuentan además con mucha cobertura de prensa. Según información del Centro Carter sobre las elecciones presidenciales de 2013, por ejemplo, el candidato de la oposición tuvo más presencia en la TV que el candidato del gobierno, y un porcentaje mayor de esa cobertura fue favorable a la oposición. También aventajan con creces al gobierno en los medios sociales. Es difícil sostener los dos discursos: que Venezuela no tiene elecciones libres o justas, que los votantes son intimidados, etc., y explicar al mismo tiempo un triunfo aplastante como éste de la oposición.
De modo que el sistema político venezolano, con todas sus fallas, es mucho más democrático que lo que suele darse por sentado. Ahora bien, ¿cuáles son las perspectivas de futuro? Dado que la oposición consiguió una mayoría de dos tercios de los escaños, obtendrá importantes poderes [PDF], como la potestad de destituir jueces de la Suprema Corte, censurar al Vicepresidente y convocar a una asamblea constituyente para reformar la Constitución.
Sin embargo, la oposición consta de más de 20 partidos políticos y tiene muchas divisiones. Es probable que el gobierno pueda conseguir votos de respaldo de algunos legisladores de la oposición en la Asamblea, para así poder continuar gobernando hasta las próximas elecciones presidenciales en 2018.
Si eso ocurre, las elecciones no habrán modificado demasiado la situación, desde el punto de vista del gobierno. El tema clave para su supervivencia política seguirá siendo la economía. Hay una inflación de tres dígitos, escasez generalizada de productos de consumo, recesión, precios bajos del petróleo, controles de precios impracticables y un sistema cambiario disfuncional, que es uno de los factores centrales del caos económico en que está sumido el país. Evidentemente es por esto que perdieron la Asamblea. De modo que, como ya sucedía antes de las elecciones, si el gobierno no arregla este caos, los chavistas perderán poder; si lo arreglan, probablemente les vaya bien.
Los líderes de la oposición tendrán de todas maneras que enfrentar la misma disyuntiva que han enfrentado los últimos 16 años: ¿Quieren participar en el sistema político o simplemente derrotar a sus enemigos (los chavistas)? De 1999 a 2003 exhibieron lo que el líder de la oposición Teodoro Petkoff denominaba “una estrategia de derrocamiento militar”, que incluyó el golpe de Estado de 2002 apoyado por Estados Unidos y la huelga del petróleo de 2002–2003. Pero en la última década han ido de aquí para allá entre estrategias insurreccionales y electorales. En 2004 recurrieron a la vía electoral con un referendo revocatorio presidencial, pero se negaron a aceptar los resultados del referéndum de 2004 (que ganó el presidente por un margen arrollador y fue monitoreado y aprobado por la OEA y el Centro Carter) reclamando que había existido “fraude”. En 2005 boicotearon las elecciones de la Asamblea Nacional con ese argumento, pero luego participaron en las elecciones presidenciales de 2006. En 2013 perdieron las elecciones presidenciales y se negaron a aceptar los resultados, manifestándose violentamente en las calles; y el año pasado, un sector de la oposición comandado por Leopoldo López y María Corina Machado volvió a optar por la vía de las manifestaciones callejeras violentas para lograr “La Salida” del gobierno.
La victoria electoral podría darles a los elementos más moderados de la oposición ventaja frente a sus colegas extremistas para mover y orientar al país en pos de un proceso político más normal y menos polarizado. El gobierno ahora tiene claramente un nuevo incentivo para actuar en esa misma dirección. Eso sería definitivamente lo mejor para el país, que enfrentará grandes desafíos para mejorar la economía.
Mark Weisbrot es el codirector del Centro de Investigación en Economía y Política en Washington, DC, y Presidente de Just Foreign Policy. También es autor del nuevo libro “Fracaso. Lo que los expertos no entendieron de la economia global.” (2016, Akal).