14 Octubre 2011
Dean Baker
Truthout, 10 de octubre, 2011
Público, 14 de octubre, 2011
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La Gente Muy Seria en Washington está ocupada tratando de encontrar formas creativas de recortar la Seguridad Social y el seguro médico Medicare y así obtener más beneficios de las familias de clase media e ingreso moderado. Su argumento en este caso es que ya no nos podemos permitir más tanta generosidad.
Hay dos partes en esta historia que deberían indignarnos a los demás. Y resulta difícil determinar cuál de las dos provoca más ira.
La primera es que sabemos que mucha gente en EEUU es fabulosamente rica. Y, como nos recuerda de manera hermosa Elizabeth
Warren, ninguno de ellos lo logró por sí mismo. En realidad, la profesora Warren es demasiado generosa en su relato.
Mientras que cierto número de ricos pueden haber logrado el éxito trabajando duro y siendo listos y creativos, muchos de los muy ricos consiguieron directa o indirectamente su dinero gracias a que la gran mano del Gobierno inclinó el campo de juego en su dirección. El trabajo duro de esas personas consistió en amañar las reglas para asegurarse de que terminarían en la cima.
En ningún sitio se puede ver esto tan claro como en Wall Street, que está lleno de multimillonarios y milmillonarios que alcanzaron la cima aprovechándose de cosas como el “seguro demasiado-grande-para-caer” para sus bancos, jugando con los depósitos asegurados por el Gobierno, estafando a gobiernos estatales y locales en facturas de gestión de pensiones y, por supuesto, con el billón de dólares en rescates concedidos a tipos de interés por debajo de los niveles del mercado. Esa gente conoce muy bien el papel del Gobierno, incluso aunque se presenten como los grandes adalides del libre mercado.
Pero los bancos no son los únicos que amañan las reglas. La compañías farmacéuticas obtienen cuantiosos beneficios de los monopolios de patentes concedidos por el Gobierno. Las medicinas son generalmente baratas y por ello es posible comprar cientos de medicamentos genéricos a cinco o seis dólares en cadenas de farmacias. Las compañías farmacéuticas pueden facturar cientos o incluso miles de dólares por prescripciones porque tienen protección de patente. Como consecuencia, pagamos cerca de 300.000 millones de dólares (mil dólares por persona) al año por medicinas que costarían cerca de 30.000 millones en un mercado libre.
El Gobierno inclina la balanza hacia los ricos y poderosos también de otras maneras. Bajo el actual modelo de aplicación de la legislación laboral, el Gobierno reacciona con una extraordinaria dureza contra cualquier sindicato que rompa las reglas (por ejemplo, por realizar una huelga ilegal). En contraste, las compañías se van con un simple tirón de orejas incluso por las más flagrantes violaciones de la ley laboral.
Nuestra política comercial fue diseñada para presionar a la baja los sueldos del grueso de la fuerza laboral del país, al ponerla en competencia directa con los trabajadores mal pagados del mundo en desarrollo. El efecto de esta política es exacerbado por la sobrevaloración del dólar. Mientras tanto, aquellos que desempeñan profesiones relativamente privilegiadas, como médicos y abogados, permanecen bastante protegidos de la competencia internacional.
La lista de fórmulas mediante las cuales los ricos han estructurado las reglas para asegurar su riqueza y volverse aún más ricos es extensa. Pero el hecho de que la Gente Muy Seria pretenda recortar la Seguridad Social para los mayores y el Medicaid para los parados, en un momento en que Angelo Mozilo, de Countrywide, y Robert Rubuin, de Citigroup, son aún inmensamente ricos, constituye sólo la primera razón por la que los ciudadanos deberían estar furiosos contra los que están en el poder.
La segunda es la causa del actual declive. La razón de que tengamos 26 millones de desempleados, subempleados o excluidos del mercado laboral no es que seamos pobres, sino más bien que somos ricos. El problema inmediato que afronta nuestra economía no es de escasez de bienes y recursos; es un problema de muy poca demanda. Y esto es lo que debería hacer que los Ocupantes de Wall Street y cualquier persona se enfurecieran contra nuestros dirigentes.
Si la gente tuviera más dinero en sus bolsillos, compraría más bienes y servicios. Las empresas contratarían entonces más gente para producir esos bienes y servicios y habría más empleo. El paro y la pobreza que está experimentando hoy EEUU es, abrumadoramente, el resultado de un fracaso de voluntad política.
Si el Gobierno federal incrementara el gasto en infraestructuras, pagara a los jóvenes por limpiar sus vecindarios, diera a los gobiernos estatales y locales fondos para mantener empleados a maestros y bomberos y animara a los empresarios a acortar las horas de trabajo en lugar de despedir a los trabajadores, podría llevar de nuevo la economía al pleno empleo. Los economistas han conocido esta historia por más de 70 años, pero de alguna manera la creación de empleo no puntúa tanto en las prioridades de Washington como recortar la Seguridad Social y Medicare.
En síntesis, tenemos un sistema económico que, incluso cuando funciona, ha sido timado en beneficio de los ricos. Y tenemos un sistema político que, en un tiempo de inmensa angustia económica, está más enfocado en socavar los medios para apoyar a las familias trabajadoras que en arreglar la economía. Resulta difícil entender cómo no están todos ocupando Wall Street.
Esta columna fue traducida por Público, después de haber sido publicada por Truthout el 10 de octubre de 2011. Dean Baker es un macroeconomista estadounidense y cofundador del Center for Economic and Policy Research.