30 Agosto 2013
Mark Weisbrot
The Guardian Unlimited, 30 de agosto, 2013
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La propuesta “humanitaria” de bombardear a Siria hecha por el presidente Obama, la cual hace unos días parecía ser un hecho, enfrenta ahora serios problemas a nivel nacional e internacional. Esto es algo fantástico para aquellos a quienes les importa la vida humana y aumenta las probabilidades de que Washington y sus aliados sean eventualmente forzados a apoyar una solución negociada a la sangrienta guerra civil en Siria.
Ambos, el primer ministro David Cameron y el presidente Obama, sufrieron un importante golpe con el voto este jueves del parlamento del Reino Unido en rechazo a un ataque militar sobre Siria, y Cameron prometió respetar esa decisión.
Ahora podemos ver la razón por la cual la administración de Obama ha tenido tanta prisa por lanzar misiles de crucero contra Siria que no quería esperar ni siquiera un par de días para que los inspectores de Naciones Unidas hicieran su trabajo. Nadie expuso una razón militar o de seguridad para explicar la urgencia del ataque; nadie aseguró que moverse con rapidez fuera esencial o incluso relevante para salvar vidas. En cambio, ahora parece ser que la urgencia por disparar primero y preguntar después fue motivada por la necesidad de llevar a cabo este ataque ilegal antes de que el público, y sus representantes en organizaciones nacionales e internacionales, pudieran expresarse sobre el asunto.
El público estadounidense ha tenido una profunda sospecha debido a lo que el New York Times amablemente denomina “la información chapuza” que se presentó en la antesala de la guerra en Iraq; información a la cual la mayoría de estadounidenses se referiría como “mentiras”. Luego, la Associated Press informó ayer que “la información que vincula al presidente sirio Bashar al-Assad, o a su círculo cercano, con un presunto ataque con armas químicas en el que murieron más de 100 personas”, no es “contundente” y que además, esta “incertidumbre pone en duda las declaraciones de Kerry y el vicepresidente Joe Biden.”
El tiempo no está a favor de los que aspiran a ser bombarderos “humanitarios”. Acá en Washington, al menos 162 miembros de la Cámara de Representantes de EE.UU. han reclamado públicamente un debate y una votación en el congreso antes de que EE.UU. tome cualquier acción militar en contra de Siria. Por supuesto, dichos debate y votación son un requisito legal en Estados Unidos, según nuestra Constitución y la Resolución sobre los Poderes de Guerra de 1973. Los republicanos perdieron su mayoría en el Congreso en el año 2006 debido a la guerra en Iraq, así que existen riesgos políticos en estos momentos que empezarán a ser notados a medida que el debate crezca.
Incluso antes del voto parlamentario británico, el equipo de Obama ya tenía menos legitimidad y apoyo popular a favor de su propuesta de bombardeo que casi todas las acciones militares de EE.UU. en la historia reciente. Ni una resolución por el Consejo de Seguridad de la ONU, la cual sería requisito legal según el derecho internacional; ni apoyo de la Liga Árabe, o de por lo menos uno de los gobiernos árabes, con el cual Washington sí contó en el caso del bombardeo en contra de Libia; y ni siquiera el apoyo de la OTAN, organización con la cual Washington suele contar para casi todas las guerras. Y ahora el Reino Unido se ha negado a unirse a la “coalición de los dispuestos” de Obama, dejándolo con un grado sin precedentes de aislamiento internacional si el presidente decide llevar a cabo sus amenazas de un bombardeo en contra de Siria.
Los estadounidenses están en contra de una intervención por una mayoría del 60 por ciento. Con cifras similares o más altas, la mayoría de la población en Alemania, Francia, el Reino Unido, Turquía, Egipto, y lo que parece ser, la mayor parte del mundo, también está en contra.
Existe también el problema de definir cuáles son los objetivos de la intervención. Obama ha insistido en que su objetivo no es el de “un cambio de régimen” y probablemente ésta sea la parte más creíble de su historia. Desafortunadamente, la implicaciones de esta promesa resultan ser aún peores que un intento de derrocamiento. Mucho peor. El analista Edward Luttwak, partidario de una guerra, describió en el New York Times lo que probablemente representa la política oficial: hay que sangrar a ambos bandos indefinidamente y luego, quizás, recoger los platos rotos cuando ya no quede mucho de ninguno de los dos. Esto tiene “sentido” desde un punto de vista cruel e imperial, ya que el objetivo estratégico desde hace ya muchos años ha sido el de debilitar a al-Assad. Sin embargo, ahora que las fuerzas de tipo Al Qaeda conforman la mayor parte de la oposición militar, la victoria por parte de este bando no se ve muy apetitosa.
La estrategia trae a la memoria las declaraciones de Harry Truman, en ese entonces senador, sobre la Segunda Guerra Mundial hechas el 23 de junio de 1941:
Si vemos que Alemania está ganando, debemos ayudar a Rusia, y si vemos que Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania, y así déjenles que maten al mayor número posible de personas.
Así que ahí lo tienen. Un gobierno que desde hace mucho perdió la autoridad moral debido a las intervenciones en las que se han masacrado a muchos más civiles de los que las fuerzas de al-Assad pudieran matar, buscando el apoyo para un intento de prolongar una repugnante guerra civil. No es sorpresa que la campaña de relaciones públicas de Obama no esté dando resultados. Y tampoco sorprende que haya preocupación por un mayor grado de involucramiento de oficiales militares como el jefe del Estado Mayor del Ejército de EE.UU., Martin Dempsey. Por su parte, el ejército prefiere tener un objetivo más claro que el prolongamiento de una guerra.
A los ciudadanos estadounidenses, tomen nota: ¿qué nos dice acerca del verdadero interés de nuestros líderes en protegernos del terrorismo, cuando ellos han estado dispuestos a crear una situación que ha llevado a terroristas fanáticos, algunos de los cuales incluso afiliados a Al Qaeda, al borde de tomar el poder estatal, solamente para profundizar, posiblemente, la influencia de Washington en el Medio Oriente? ¿Acaso queda alguien que aún crea que las masivas operaciones de vigilancia expuestas por Edward Snowden fueron dirigidas para protegernos del terrorismo?
Los rusos, a quienes se les condena por proveer al gobierno sirio de armas, aparentan ser razonables en comparación con Estados Unidos. Al contrario de Washington y sus aliados, quienes han insistido en la renuncia de Assad como punto de partida para iniciar negociaciones, los rusos por lo menos han presionado para que se dé una solución negociada a la guerra civil. Esto posiblemente hubiera podido salvar decenas de miles de vidas si Washington y sus aliados se hubieran interesado, aunque sea un tanto, en negociar. Y a pesar del feo enredo que la intervención occidental ha ayudado a crear, en el futuro, la negociación sigue siendo la única solución al conflicto.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.