05 Julio 2012
Mark Weisbrot
The New York Times, 2 de julio, 2012
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Si jamás hubo unas elecciones donde el resultado parecía pre-determinado por el mal desempeño económico de un país, serían la que se llevaron a cabo en México el domingo pasado. El partido en poder, el PAN, fue destinado a perder porque presidió un profundo fracaso económico durante más de 11 años. Casi cualquier gobierno del mundo habría perdido bajo circunstancias semejantes.
Hoy en día no está muy de moda que los comentaristas admitan que la economía de México ha tenido un desempeño tan desastrosa por más de 30 años. Esto es en parte porque éste es también el período en el que el país cambió de una forma drástica su política económica hacia lo que en América Latina se llama “el neoliberalismo”, doctrina que consta de un énfasis en abandonar una política de industria y de desarrollo dirigida por el Estado; una política monetaria y fiscal más ajustada; y la liberalización del comercio y de la inversión extranjera. El TLCAN de 1994 fue sólo una etapa de esta transformación, pero Washington tuvo una gran “mano invisible” en el proceso desde la década de 1980, tanto directamente como indirectamente a través de instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Y hoy, el 80 por ciento de la exportación no petrolera de México tiene a Estados Unidos como destino.
Por supuesto, no todas estas políticas estaban equivocadas —pero el resultado en general fue un fracaso absoluto. Igual cosa sucedió en la región entre 1980 y 2000, cuando el PIB per cápita creció un 6 por ciento, comparado con 92 por ciento durante las dos décadas anteriores.
La gran mayoría de la región reaccionó al fracaso económico de largo plazo de las décadas de los años 1980 y 1990 —el peor desempeño regional desde hace más de un siglo— con la elección de gobiernos izquierdistas: Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Nicaragua, El Salvador, y otros. Estos candidatos y partidos se pronunciaron explícitamente en contra de lo que llamaban “el neoliberalismo.” Entonces ¿por qué se movió México hacia la derecha?
Se puede encontrar parte de la respuesta en las instituciones electorales y mediáticas mexicanas. Se cree generalmente que las elecciones de 1988 fueron robadas del candidato perredista de la izquierda. Las elecciones de 2006 estuvieron demasiado cerradas como para poder designar el ganador: el panista Calderón fue declarado ganador con un margen de 0,58 por ciento, pero las autoridades electorales llevaron a cabo un recuento de un 9 por ciento de los votos y nunca hicieron públicos los resultados; una comparación del resultado del recuento distrital con el resultado original, reveló que con el reconteo el margen de Calderón desapareció.
Más importantemente, se encontró que el monopolizado sector televisivo había jugado un papel significativo en las elecciones de 2006, lo suficiente para lograr impedir que ganara el candidato perredista Andrés Manuel López Obrador. Con el 95 por ciento de emisiones televisas controladas por sólo dos empresas y un ambiente de prejuicio mediático documentado, un candidato izquierdista no tiene mucha posibilidad de éxito. Si Barack Obama hubiera enfrentado una situación parecida en 2008, hoy no sería presidente de Estados Unidos, ya que la mayoría de los estadounidenses creería que él es un musulmán nacido en el extranjero.
Más que la mitad de los mexicanos viven bajo la línea de pobreza oficial, pero el gobierno nuevo tiene poco para ofrecer a esta mayoría pobre o aún para estimular el crecimiento de largo plazo de que México solía disfrutar. Desafortunadamente, el progreso económico de México probablemente será muy limitado hasta que haya mejores condiciones de igualdad para todos los partidos en las elecciones.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy