10 Diciembre 2012
Dean Baker
The Guardian Unlimited, 16 de noviembre, 2012
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Las élites de Washington se han pasado buena parte de las últimas tres décadas histéricas por el déficit presupuestario, pero se están superando en el actual punto muerto del presupuesto que han denominado “abismo fiscal”. La historia que cuentan es que los aumentos de impuestos programados a finales de 2012, unidos a los recortes de gasto autorizados harán caer en la recesión a la economía si el Congreso no toma medidas antes de que concluya el año.
El relato de terror que va ligado a esta fecha límite del 1 de enero depende en lo fundamental de representar torcidamente la realidad. Hay proyecciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso y otros analistas de predicciones que muestran que la combinación del aumento de impuestos y recortes de gasto le amputaría más de un 3,5% al crecimiento del PIB. Este golpe supondría una economía contraída e impulsaría de nuevo la tasa de desempleo por encima del 10%.
Sin embargo, la parte que generalmente se minimiza en este auténtico relato de terror, o se deja fuera por completo, es que la proyección de una recesión no se basa en no llegar a la fecha límite del 1 de enero. La proyección asume que los tipos impositivos más elevados y los niveles más bajos de gasto se mantengan tal cual a lo largo del año, una hipótesis que casi nadie considera plausible.
Una hipótesis más realista sería que el Congreso y el presidente alcanzasen rápidamente un acuerdo con el nuevo año, ampliando la mayoría de los recortes de impuestos y limitando la caída del gasto. Esto supondría que alguna gente puede ver algunos impuestos extra deducidos de una o dos nóminas, pero se les reembolsaría el dinero en cheques subsiguientes. El efecto previsto sobre el consumo sería casi equivalente a cero.
Por el lado del gasto, el presidente Obama dispone de un enorme control sobre el ritmo de gasto. Si cree que es inminente un acuerdo sobre el ritmo de gasto, no hay razón para que recorte el gasto por debajo de un ritmo congruente con la cantidad que espera acordar con el Congreso.
En resumen, el golpe directo a la economía que se deriva de no llegar a la fecha límite del 1 de enero es casi nulo.
Sin embargo, los correveydiles de la crisis del déficit forman una pandilla persistente. Si no pueden presentar una defensa basada en la economía, recurren a su buena amiga “el hada de la confianza”. La historia que se nos presentaba en una columna del Washington Post era que la gente de negocios se aterraría si no hubiera acuerdo el 1 de enero y que a los mercados financieros les entraría el pánico. El columnista David Brooks, del New York Times, tocaba la misma tecla en una columna publicada a principios de semana.
Esta suerte de aviso, que proviene de gente con un historial casi perfecto de haberse equivocado en todo lo que dicen de la economía, sería de ordinario risible. Por desgracia, estas advertencias proceden de gente que disfruta de una posición destacada en los debates de política nacional. Por lo tanto, es probable que esos avisos se tomen en serio.
Los halcones del déficit quieren dar la sensación de crisis, pues resulta esencial para hacer avanzar su orden del día. Si pasa la fecha límite del 1 de enero, el terreno político se moverá hacia quienes quieren que se supriman los recortes fiscales de Bush a los ricos: pasado el 1 de enero, habrán expirado los recortes de impuestos de Bush.
Esto significa que cuando el presidente Obama impulse su campaña para mantener los recortes de impuestos de Bush para el 98% de los hogares, pedirá al Congreso que rebaje los impuestos del 98% de la gente, no que suba los del 2%. Hasta para un Congreso republicano sería difícil negarse a este recorte fiscal.
Los halcones del déficit quieren evitar desesperadamente este resultado, debido tanto a que muchos no quieren que suban los impuestos a los ricos como a que avizoran que la crisis de este punto muerto fiscal les proporciona una excelente oportunidad para recortar la seguridad social y Medicare. Por esta razón, los halcones hacen todo lo que pueden por convencer a la opinión pública de que aguardar al 1 de enero para llegar a un acuerdo supondría un desastre económico.
Por supuesto, ninguno de nosotros puede predecir el futuro con certeza, lo que significa que es posible que los mercados financieros les entre el pánico y la economía se tambalee si fallamos en la fecha final de del 1 de enero. Sin embargo, sumada al terrible historial de la “panda de la crisis”, hay otra importante consideración que tener en cuenta. La repercusión inmediata de las fluctuaciones en los mercados financieros sobre la economía es bastante limitada.
La economía no responde a las alzas y bajas diarias del mercado de valores. Ni siquiera el crac de octubre de 1987 impidió que la economía creciera a un 7 por ciento anual en el cuarto trimestre del año. Esto significa que si los mercados están, de hecho, dominados por los Minis de Pollo [inversores asustadizos] que corren a protegerse si no se llega a la fecha límite del 1 de enero, entonces es probable que inversores más serios le devuelvan la estabilidad un mes o dos después de que se llegue a un acuerdo y el mundo siga en vilo. Lo probable es que el efecto neto sobre la economía sea mínimo, aunque puedan haberse hecho y perdido algunas fortunas con esa volatilidad.
En resumidas cuentas, se trata de si el país permitirá a los halcones del déficit amedrentarnos para llegar a un acuerdo que nunca cerraríamos en circunstancias normales. La respuesta la tendremos en seis semanas.
Dean Baker es un macroeconomista estadounidense y cofundador del Center for Economic and Policy Research.