15 Febrero 2013
Mark Weisbrot
The Guardian Unlimited, 15 de febrero, 2013
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Rafael Correa está muy por delante de su más cercano rival en las elecciones presidenciales de este domingo en Ecuador. Se espera que gane fácilmente otro período presidencial de cuatro años. Y no es difícil ver por qué.
El desempleo disminuyó a 4,1 porciento a fines del año anterior –una baja record en más de 25 años. La pobreza ha bajado 27 porciento desde 2006. El gasto público en educación es ahora más del doble en términos reales (ajustados a la inflación). Un aumento creciente del gasto en salud ha ampliado el acceso de la población a la atención médica. Otros gastos sociales también han crecido sustancialmente, incluyendo una enorme expansión del crédito subsidiado para la vivienda.
Aunque todo esto suene insostenible, no lo es. Los pagos de intereses de la deuda pública del Ecuador son menores al 1porciento del PIB, cifra insignificante. Además, la relación deuda pública / PIB es un modesto 25 porciento.
The Economist, poco amigable con los regímenes izquierdistas que gobiernan la mayor parte de Sudamérica, atribuye el éxito de Correa a “una mezcla de suerte, oportunismo y habilidad”. Pero realmente es la habilidad la que marca la diferencia.
Quizá Correa haya tenido suerte, pero no ha sido buena suerte: asumió sus funciones en enero de 2007 y al año siguiente Ecuador fue uno de los países más golpeados en el hemisferio por la crisis financiera internacional y la recesión mundial. Eso se debió a su alta dependencia de las remesas del exterior (enviadas por sus trabajadores en Estados Unidos y España), y a las exportaciones de petróleo, que entonces representaban el 62 porciento de todas las exportaciones y el 34 porciento de los ingresos fiscales. Los precios del petróleo colapsaron en 79 porciento en 2008 y las remesas también cayeron. El efecto combinado en la economía del Ecuador fue comparable al colapso estadounidense de la burbuja inmobiliaria, la cual trajo la Gran Recesión.
Y Ecuador también tuvo la mala suerte de carecer de su propia moneda (había adoptado el dólar estadounidense en 2000). Por eso no pudo usar su tipo de cambio ni otra política monetaria para contrarrestar la recesión. Pero Ecuador sorteó la tormenta con una leve recesión que duró tres trimestres. Un año después había regresado al nivel previo a la recesión, y entró al sendero de los logros que han hecho de Correa uno de los presidentes más populares del hemisferio.
¿Cómo lo hicieron? Tal vez lo más importante fue un gran estímulo fiscal en 2009, alrededor del 5 porciento del PIB (lo que debíamos haber hecho en Estados Unidos). Gran parte de esa cantidad se dedicó a la construcción, con la expansión gubernamental del crédito a la vivienda en US$ 599 millones en 2009, y continuando con grandes créditos hasta 2011.
Pero el Gobierno además debió reformar y volver a regular el sistema financiero, para que las cosas funcionen. Aquí fue que se embarcaron en lo que posiblemente sea la más integral de las reformas financieras que se hayan hecho en un país en lo que va de este siglo. El Gobierno retomó el control del Banco Central y ordenó la repatriación de unos US$ 2.000 millones de sus reservas en el exterior. Tal cantidad sirvió para que la banca pública concediera préstamos para infraestructura, vivienda, agricultura, y otras inversiones domésticas.
Se impusieron tributos a la salida de capitales al exterior y se exigió a los bancos que mantuvieran el 60% de sus activos líquidos en el interior del país. Se bajaron las tasas reales de interés, a la vez que se aumentaron los impuestos a los bancos. El Gobierno renegoció sus acuerdos con las petroleras multinacionales, cuando subieron los precios del petróleo. Los ingresos fiscales subieron del 27 porciento del PIB en 2006 a más del 40 porciento el año pasado.
La administración de Correa adicionalmente incrementó el fondeo al sector financiero ‘popular y solidaria’ -cooperativas, cajas y otras organizaciones colectivas. Los préstamos de las cooperativas se triplicaron en términos reales entre 2007 y 2012.
El resultado final de esta y otras reformas fue hacer al sector financiero más útil a los intereses del pueblo, en vez de hacer lo contrario (como en Estados Unidos). Para tal fin, el Gobierno separó el sector financiero de los medios de comunicación –antes de ser elegido Correa, los bancos poseían la mayoría de los grandes medios- e introdujo reformas antimonopólicas.
Por supuesto, la sabiduría convencional dice que dichas prácticas “desfavorables para los negocios” como la renegociación de contratos petroleros, el incremento del tamaño y de la capacidad regulatoria del Gobierno, el aumento de impuestos y la restricción de los movimientos de capital, constituyen una receta segura para el desastre económico. Para colmo, Ecuador no pagó un tercio de su deuda externa, después de que una comisión internacional descubriera que esa porción de la deuda había sido contratada ilegalmente. Y la “independencia” del Banco Central – revocada por Ecuador – todavía es considerada sacrosanta por muchos economistas. Pero Correa, Ph.D. en Economía, supo cuando era mejor ignorar a la mayoría de sus colegas.
Correa ha ganado mala reputación en la prensa por navegar contracorriente y –quizá lo que es peor a los ojos de la prensa especializada en temas económicos – por haber salido victorioso. El peor ataque de los medios surgió cuando Ecuador ofreció asilo al ‘soplón’ de Wikileaks, Julian Assange. Pero en eso, igual que en su política económica y en su reforma financiera, Correa tenía razón. Era obvio, especialmente tras la amenaza británica sin precedentes de invadir la Embajada del Ecuador, que se trataba de una persecución política. Fue raro, pero alentador, que un político se parara firme contra tan poderosas fuerzas –Estados Unidos y sus aliados europeos, más la prensa internacional – por salvar un principio. No obstante, la tenacidad y la valentía de Correa han dado renombre a su país.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.