El FMI ha perdido su influencia

23 Septiembre 2005

23 de septiembre, 2005, Mark Weisbrot   
En inglés
International Herald Tribune – 23 de septiembre, 2005

Algunas veces, cambios históricos acontecen silenciosamente; mientras nadie observa. Grandes instituciones pierden poder con un gimoteo más que con un gran estruendo. Ese es el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI), el cual tendrá su reunión anual con el Banco Mundial este fin de semana en Washington, DC.

Hace solamente algunos años, el FMI era la institución financiera más poderosa del mundo. Cuando crisis financieras y económicas barrieron con los países del este de Asia en 1997, fue el FMI el que estipuló las dolorosas condiciones a seguir por los gobiernos para poder así tener acceso a más de $120 mil millones en fondos extranjeros. Cuando el contagio financiero alcanzó a llegar hasta Rusia y Brasil, el FMI entró en acción como intermediario en un préstamo multimillonario, el cual pretendió-sin éxito alguno-reforzar monedas sobre-valuadas y a punto de colapsar.

Esos días han llegado a su fin. Los países asiáticos comenzaron, después de una tormentosa experiencia con el Fondo en 1997-1998, a acumular enormes cantidades de divisa extranjera en sus reservas internacionales; en parte, para nunca más tener que mendigarle al FMI. Pero el golpe final que recibió el Fondo se lo dio el país al cual la Primera Subdirectora Gerente del FMI, Anne Krueger, se refiere, según se informa, como “the A-word”: Argentina.

Argentina sufrió un terrible período de depresión que duro cuatro años, comenzando éste en 1998. Un país que recientemente había sido calificado como uno de los países con las mejores condiciones de vida en América Latina, de pronto vio a la mayoría de sus habitantes caer por debajo de la línea de pobreza. Muchos argentinos culparon al FMI, el cual había jugado un papel principal en el diseño de las políticas que condujeron al colapso y que parecía prescribir exactamente la medicina menos indicada durante la crisis: altas tasas de interés, estricto control del presupuesto, y el mantenimiento de la insostenible vinculación del peso argentino con el dólar estadounidense.

En diciembre de 2001 el gobierno se declaró incapaz de pagar su deuda de $100 mil millones; la cesación de pagos, por parte de un gobierno nacional, más grande en la historia. La moneda y el sistema bancario colapsaron, y el país se hundió aún más en la depresión. Pero sólo por cerca de tres meses más. Luego, para sorpresa de la mayoría, la economía empezó a recuperarse.

La recuperación comenzó y continuó sin ayuda alguna del FMI. Al contrario: en 2002, el Fondo y otros acreedores oficiales (incluyendo al Banco Mundial), de hecho recaudaron una cantidad neta de $4,1 mil millones-más del 4% del Producto Interno Bruto (PIB)-de la Argentina. Pero el gobierno aún fue capaz de seguir trazando el curso económico del país, rechazando peticiones por parte del FMI para alzar tasas de interés, ajustar mas el gasto nacional e incrementar el precio de los servicios básicos. Argentina también tomó una actitud fuerte para con los acreedores extranjeros, quienes poseían parte de la deuda impagada, a pesar de repetidas amenazas del Fondo. Cuando la presión se volvió intolerable en septiembre 2003, Argentina recurrió a lo impensable: la cesación temporal de pagos al mismo FMI, hasta que el Fondo desistió.

El resultado: una recuperación rápida y robusta, con un excepcional 8,8 por ciento de crecimiento del PIB en 2003 y de 9 por ciento en 2004. Con una cifra proyectada de 7,3 por ciento de crecimiento del PIB para 2005, Argentina es, todavía, la economía de más rápido crecimiento en América Latina.

Previo a la confrontación entre Argentina y el Fondo en 2003, solamente estados fallidos o “parias”, con nada más que perder-como, por ejemplo, Congo e Irak-han recurrido a la cesación de pagos al FMI. Esto se debe al poder que tiene el FMI para cortar, no solamente su propio crédito sino que también la mayoría de préstamos del gigante Banco Mundial, de otros prestamistas multilaterales, de los gobiernos de los países ricos, e incluso la mayoría de préstamos provenientes del sector privado. Ésta ha sido la fuente de la enorme influencia que el FMI posee sobre las políticas económicas en los países en vía de desarrollo: en efecto, un cartel de acreedores liderado por el Fondo, quien responde primeramente ante el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos de América.

Pero Argentina ha demostrado que un país que estaba por los suelos ha podido erguirse ante la figura del FMI, y que no solamente ha vivido para contarlo, sino que además ha puesto en marcha una sólida recuperación económica. Esto ha cambiado al mundo. Aún cuando el FMI todavía ejerce mucho peso sobre los países pobres (por ejemplo, en el África al sur del Sahara), su influencia en los países de mediano ingreso ha caído en picada. El Fondo es, ahora, una sombra de lo que era antes.

Reformistas durante los últimos 15 años debatieron sobre si el cambio vendría desde adentro, a través de la modificación de las políticas por parte del FMI, o por fuera, a través de la perdida de influencia del Fondo. Ese debate ha sido ya resuelto por la historia. El FMI no ha sido reformado, pero su poder para darle forma a las políticas económicas de los países en vía de desarrollo ha sido enormemente reducido.


Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (Centro para la Investigación Económica y Política), en Washington, DC.

 

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