07 Abril 2015
Mark Weisbrot
Últimas Noticias, 5 de abril, 2015
Folha de S. Paulo, 8 de abril, 2015
The Hill, 9 de abril, 2015
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La última Cumbre de las Américas (2012) en Cartagena, Colombia, fue un desastre para el presidente Obama. Hubo escándalos que involucraban a agentes del Servicio Secreto con trabajadoras sexuales, una rebelión creciente desde el Sur contra la fallida “Guerra contra el narcotráfico” de EE.UU. y –por encima de todo– una oposición unánime al bloqueo estadounidense contra Cuba.
La prueba más contundente de que no se trataba simplemente de los mismos sospechosos de siempre sembrando discordia fue la advertencia por parte del presidente Juan Manuel Santos de Colombia –uno de los pocos “amigables” hacia Washington en la región– de que no habría otra cumbre sin Cuba.
Así que el presidente Obama le ofreció un sorpresivo regalo de Navidad a sus vecinos del Sur el año pasado: luego de más de medio siglo de agresión contra Cuba, comenzaría por fin a normalizar las relaciones con el gobierno cubano. Bienvenidos al siglo 21, ¡por fin! Aunque los yihadistas republicanos y neoconservadores demorarían inevitablemente el proceso en el Congreso, la Casa Blanca manifestó su esperanza de que por lo menos las embajadas estuvieran abiertas en ambos países antes de la cumbre, el 10 de abril.
Pero el Señor da, y el Señor quita. El 9 de marzo, la Casa Blanca declaró una “emergencia nacional” debido a la “amenaza extraordinaria a la seguridad nacional” que supone Venezuela. El gobierno de Obama trató de restarle importancia a las palabras empleadas, al decir que se trataba de una simple formalidad, pero el mundo entero sabe que dicho lenguaje amenazador y las sanciones que lo acompañan pueden ser bastante perjudiciales para la salud del país destinatario; en el pasado le han seguido incluso acciones militares.
Más preocupante aún en el presente, en una audiencia del Senado de EE.UU. el 17 de marzo, Alex Lee, del Departamento de Estado, sostuvo que las actuales sanciones marcaban apenas un “primer acto” en contra de Venezuela. Por supuesto, el mundo fuera de Washington sabe que las sanciones no tienen nada que ver con ninguna supuesta violación de derechos humanos por parte de Venezuela. Entre los años 2000 y 2010, el ejército colombiano asesinó [PDF] a más de 5.700 civiles inocentes; y no obstante el gobierno estadounidense le siguió proporcionando a Colombia literalmente miles de millones de dólares en ayuda militar y policial. En Honduras, el gobierno de Obama tomó varios pasos para asegurarse de que el golpe militar del año 2009 fuera exitoso, contra el gobierno democráticamente electo de Manuel Zelaya. Sumado a esto, hace seis meses fueron desaparecidos en México 43 estudiantes, con la complicidad de las autoridades y policía locales, y tal vez de la policía nacional y del propio gobierno. Sin embargo, al gobierno de EE.UU. no parece preocuparle, y ni siquiera se plantea reducir su ayuda militar hacia México.
Lo que las sanciones también dejaron en claro, para quienes ya no lo sabían, era que la apertura hacia Cuba por parte del presidente Obama supone un cambio exactamente nulo en la estrategia global de Washington hacia la región: la intención de extender los nexos comerciales y diplomáticos hacia Cuba buscaba sobre todo promover una estrategia más eficaz para menoscabar al gobierno cubano, y a todos los gobiernos de izquierda en la región. Entre ellos está Brasil, donde el Departamento de Estado de EE.UU. financió esfuerzos para debilitar al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) en el año 2005, según documentos del gobierno estadounidense.
Los delegados de Brasil, México, Colombia, Argentina y de casi cada país de nuestro continente americano, se pronunciaron contra las sanciones el jueves pasado en la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington. La Unión de Naciones Suramericanas exigió su derogación; al igual que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la cual incluye a todos los países del hemisferio, con la excepción de EE.UU. y Canadá. Luego, el 26 de marzo, el gobernador opositor del estado Lara, le envió una carta al presidente Obama, en la que le exhorta “a que tome un momento de su tiempo para escuchar el clamor de los venezolanos y del resto de América Latina que hoy se pronuncian en favor de que sea dejada sin efecto la orden ejecutiva firmada por usted”.
“Si hay un país que es una amenaza en nuestra América es EE.UU.”, dijo el ministro ecuatoriano de relaciones exteriores Ricardo Patiño, porque “ha invadido permanentemente a gobiernos”, “ha participado en golpes de Estado y ha apoyado dictaduras”. El gobierno cubano también respondió con fuerza, esfumando así las esperanzas que albergaba Obama de lograr algún acuerdo antes de la cumbre. Las negociaciones en La Habana, que se esperaban durarían hasta mediados de la semana, cerraron abruptamente el lunes 16 de marzo. Así las cosas, Obama llegará a la cumbre con las manos vacías y con algo de huevo en la cara, por causa de este paso en falso.
Estas sanciones contra Venezuela violan la Carta de la Organización de Estados Americanos, incluyendo los artículos 20 y 19, en los que se establece lo siguiente:
Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyen.
Esperemos que todos los gobiernos presentes en la cumbre hagan entender que este tipo de comportamiento de “Estado bandido” no será tolerado.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research en Washington, D.C. y presidente de Just Foreign Policy. Es además autor del libro de próxima aparición Errados: en qué se equivocaron los “expertos” acerca de la economía global (Oxford University Press, 2015).