04 Febrero 2015
Mark Weisbrot
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Todo el mundo parece coincidir en que la gran victoria de Syriza en Grecia representa un hito para Europa, la cual se ha visto azotada por el desempleo a gran escala y una falta de recuperación real de la crisis financiera y recesión mundial del 2008-2009.
El mismo Alexis Tsipras, el carismático líder de Syriza, de 40 años de edad, quien se ha convertido en el primer ministro más joven del país en 150 años, declaró el pasado domingo que “la democracia volverá a Grecia”. Se trata en realidad de una declaración política concisa que llega al raíz del principal problema, no solamente de Grecia, sino de toda la Eurozona. Solo hace falta comparar la recuperación de los Estados Unidos – el epicentro del terremoto que sacudió la economía en el 2008 y 2009 – y la de Europa, para observar la diferencia que hace la democracia.
Incluso la forma de democracia que prevalece en los EEUU, muy limitada en cuanto a rendición de cuentas, dominada por Wall Street y caracterizada por la merma masiva de derechos, resultó ser superior a la autocracia económica de la eurozona. Aunque la Gran Recesión haya sido la peor crisis en los Estados Unidos desde la Gran Depresión, ésta duró apenas 18 meses antes de que iniciara la recuperación en el país. La Eurozona sufrió una recesión de duración comparable, pero que se encadenó con otra en el 2011, y apenas inicia una torpe recuperación. Como resultado, el desempleo en la región se ubica en 11,5 por ciento, más del doble de la taza actual en Estados Unidos (5,6 por ciento).
La diferencia se debe a la política económica: en particular, a la política macroeconómica (fiscal y monetaria). En el caso estadounidense, se nos concedió un modesto estímulo; mientras que en Europa fueron sujetos a un apretón presupuestario, en las economías más débiles de la Eurozona. Nosotros en EEUU obtuvimos una distención cuantitativa por parte de la Reserva Federal a partir del 2008; el Banco Central Europeo no anunció algo equivalente hasta la semana pasada. Los responsables de las decisiones en materia de política económica en los EEUU tenían que por lo menos rendir cuentas, en cierta medida, a un electorado. Por el contrario, en la Eurozona cayeron más de 20 gobiernos y, no obstante, las políticas destructivas decididas por las autoridades europeas no electas – la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional (FMI) – siguieron imponiéndose. Quizás en ningún lugar de Europa hayan fracasado dichas políticas de manera más estrepitosa que en Grecia.
La elección de Syriza representa por ahora el avance más importante en el proceso penosamente lento, por parte de los pueblos de la Eurozona, de recobrar la democracia en cuestiones fundamentales de política económica que habían sido delegadas a funcionarios europeos no electos.
La austeridad fiscal suscrita por Grecia está prácticamente consumada. Las medidas de restricción presupuestaria se tradujeron en un 0,3 del PIB para el 2014, comparado a un 3,2 por ciento, 3,8 por ciento, y 5 por ciento respectivamente en los últimos tres años.
Esto explica por qué la economía finalmente comenzó a crecer en el 2014, en un 0,6 por ciento del PIB. No fue porque la austeridad “funcionó”, como algunos sostienen con desfachatez, sino porque básicamente había culminado.
No obstante, la recuperación sigue siendo demasiado débil, lenta y frágil para sacar al país del desempleo masivo en que las autoridades europeas han sumido a Grecia, sin necesidad. El FMI proyecta un desempleo del 16 por ciento para el 2018 y casi todas las proyecciones desde el 2010 han sido indudablemente demasiado optimistas. El desempleo se ubica actualmente en 25,8 por ciento, y en el caso de los jóvenes es casi el doble.
Para devolver al país al pleno empleo, o por lo menos a niveles razonables de empleo, el nuevo gobierno tendrá que poner en marcha un estímulo fiscal. Tsipras también propone revertir algunos cambios regresivos implementados en los últimos años, como los recortes al salario mínimo y la pérdida de derechos de negociación colectiva en lo laboral. También se propone renegociar la agigantada deuda griega, la cual constituye actualmente más del 170 por ciento del PIB. Era de apenas el 115 por ciento del PIB en mayo del 2010, cuando fue firmado el primer acuerdo con el FMI; y muchos de nosotros lanzamos entonces la advertencia de que la austeridad era el camino al infierno.
El pueblo se ha pronunciado, un gobierno ha sido formado, y ahora la pelota está en el tejado de las autoridades europeas. Tendrán que decidir si han logrado lo suficiente, en cuanto a la reestructuración de las economías de la eurozona, para desmoronar el Estado del bienestar, reducir el poder de negociación laboral, recortar la inversión en salud (en un 40 por ciento, en el caso de Grecia), y construir una sociedad más desigual. Tal es el dilema al que se enfrentan, pues si ceden ante Syriza, España podría seguir el ejemplo de Grecia. El partido de izquierdas Podemos, que ha llegado, desde su fundación hace apenas un año, a encabezar las encuestas con un programa parecido al de Syriza, podría beneficiarse en gran medida de una exitosa gestión por parte de Syriza. La economía española es casi seis veces más grande que la griega.
Por otro lado, si las autoridades europeas se niegan a negociar con Syriza, existe un riesgo de que Grecia acabe saliéndose del euro. Contrariamente a la creencia general, las autoridades europeas no temen una salida griega porque causaría una crisis financiera grave para el euro. Al igual que la Reserva Federal de los EEUU, el BCE puede crear dinero, y cuenta con todas las municiones necesarias para asegurarse de que una salida griega no produzca gran daño al sistema financiero de la Eurozona. Eso lo demostró en julio del 2012, cuando el presidente del BCE, Mario Draghi, puso fin a dos años de crisis financiera, al igual que las dudas en torno a la supervivencia del propio euro, simplemente al declarar que “haría lo que fuera” para defender el euro.
El verdadero temor está en que Grecia se marche y que – luego de una inicial crisis y fuga de capitales – se recupere de forma mucho más rápida que el resto de la Eurozona, motivando así a otros gobiernos a que también se salgan del euro. La gente más lista en Bruselas y Fráncfort comprenden esta realidad, y deben estar dispuestos a hacerle ciertas concesiones al gobierno griego. De la forma que sea, se trata del comienzo del fin de la larga pesadilla en la Eurozona.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research, en Washington, D.C. (www.cepr.net ). También es presidente de la organización de política exterior, Just Foreign Policy (www.justforeignpolicy.org ).