22 Agosto 2013
Mark Weisbrot
The Guardian Unlimited, 20 de agosto, 2013
En Inglés
Con pocas excepciones, la mayor parte de Europa no ha tenido una política exterior independiente desde hace 70 años, y el Reino Unido sobresale como un excelente ejemplo de esto. Yo recuerdo haber hablado hace unos años con un miembro del parlamento del Reino Unido sobre la política exterior británica, y él me dijo, “¿quieres saber qué va a hacer el Ministerio de Asuntos Exteriores? Sólo pregúntale al Departamento de Estado (de Estados Unidos).”
El gobierno británico comprobó de nuevo su lealtad fundamental al detener a la pareja de Glenn Greenwald, David Miranda, un brasileño, usando la Ley Antiterrorista 2000 del Reino Unido cuando él pasaba por el aeropuerto Heathrow de Londres el domingo. Fue interrogado por el máximo de 9 horas y su laptop, teléfono celular, y otros almacenes de información digital fueron decomisados. Es claro que a Miranda no se le sospechaba de ninguna conexión con el terrorismo. Detener y robarle las cosas a Miranda bajo este pretexto no es más legal que detenerlo usando alegaciones falsas de que él estaba transportando cocaína. La Casa Blanca ha admitido que Washington tuvo conocimiento previo sobre el crimen, y por lo que podemos inferir, su aprobación también— si es que no fue una colaboración activa.
Esto es interesante también porque anteriormente el gobierno del Reino Unido se había mantenido relativamente con un bajo perfil público sobre el caso de Snowden, a pesar de que Snowden había filtrado documentos pertenecientes a su propia inteligencia y no sólo aquellos concernientes a la NSA. Hasta el domingo, parecía que las autoridades británicas habían aprendido por lo menos un poco acerca de las relaciones públicas como resultado de la vergüenza internacional experimentada el año pasado, cuando amenazaron con invadir a la embajada de Ecuador con el fin de capturar a Julian Assange. Sin embargo, todavía lo mantienen a Assange atrapado en la embajada ecuatoriana, de manera ilegal, y, presumiblemente, a instancias de ya-sabes-quién. Ahora, el editor del The Guardian, Alan Rusbridger, ha revelado que el gobierno del Reino Unido, en sus cargos más altos, ha estado amenazando y acosando muy seriamente a su periódico, intentando silenciar sus reportajes.
Al otro extremo del espectro de la soberanía nacional se encuentran las naciones independientes de América Latina, tres de las cuales han oficialmente ofrecido asilo político a Snowden, y otras que nunca se lo entregarían a Estados Unidos si es que él fuera a llegar a su territorio (o fuera a buscar asilo en sus embajadas). Estos gobiernos han desempeñado un papel significativo en el caso de Snowden y el escándalo de espionaje de la NSA, porque han logrado una “segunda independencia” en los últimos 15 años– independencia que les permite practicar una política exterior autónoma. La realización de esta nueva independencia es en gran parte ignorada o, más a menudo, denigrada en los principales medios de comunicación como una demagogia populista. Pero es fácil ver que el problema, como lo percibe Washington, es mucho más profundo que esto.
El Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Antonio Patriota, le exigió respuestas al Secretario de Relaciones Exteriores británico, William Hague, sobre la detención de David Miranda. La semana pasada, en una rueda de prensa con el Secretario de Estado de Estados Unidos en Brasil, Patriota habló de una “sombra de desconfianza” provocada por las revelaciones de Snowden y los informes de Greenwald sobre cómo los ciudadanos brasileños eran un blanco principal de la vigilancia de la NSA. La semana pasada, le pidió al gobierno de Obama que “deje de prácticas violatorias a la soberanía.” Patriota fue embajador de Brasil en Washington— y nadie lo puede acusar de guardar rencor contra Estados Unidos.
Anteriormente, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, también había expresado su “indignación” sobre lo que Bolivia describió como un “secuestro” de su presidente, Evo Morales, por los gobiernos europeos que obligaron a aterrizar su avión el mes pasado— en base a alegaciones falsas de que él estaba transportando a Edward Snowden. La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) emitió una fuerte denuncia, y la Presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, expresó: “Creemos que esto constituye no sólo una humillación a una nación hermana sino a todo el continente sudamericano.”
Brasil es el blanco principal de la más reciente ofensiva seductora de Washington, con la visita oficial prevista de la Presidenta Rousseff en Octubre— la primera de un presidente brasileño a Estados Unidos en casi dos décadas. Como contraste, Estados Unidos no tiene ni siquiera embajadores de Bolivia o Venezuela. De todas formas, el intento de Estados Unidos de mejorar sus relaciones con Brasil no le está yendo mejor que sus “esfuerzos diplomáticos” con los otros gobiernos de izquierda de la región. Esto no es porque estos gobiernos no quieran mejores relaciones. Todos ellos, incluyendo a Venezuela, tienen relaciones comerciales importantes con Estados Unidos y las querrían expandir. El problema es que Washington todavía no ha aceptado la segunda independencia latinoamericana, y espera que sus vecinos del sur se comporten de la misma obediente y vergonzosa manera que los países Europeos.
Funcionarios de Estados Unidos también todavía no entienden que ellos están lidiando con un equipo: no pueden ser hostiles o agresivos hacia una nación de América Latina y esperar que las otras les darán un fuerte abrazo. En otras palabras, no esperen mejores relaciones entre Washington y sus vecinos del sur en el corto plazo.
Hacia el lado positivo, a América Latina le ha ido bastante bien en la última década, desde que su gente se logró liberar lo suficiente como para elegir a gobiernos de izquierda que subsecuentemente han liderado la lucha por la independencia y transformado las relaciones regionales. Los niveles de pobreza en la región se han reducido de 41,5 por ciento a 29,6 por ciento desde el 2003 al 2009, después de más de 20 años sin ningún mejoramiento significativo. Los ingresos por persona han incrementado por más de un 2 por ciento anual en la última década, en comparación con sólo el 0,3 por ciento en los 20 años anteriores— cuando la influencia de Washington sobre la política económica en América Latina era enorme. Los detractores de los gobiernos de izquierda atribuyen estas mejoras a un “auge de precios de las materias primas,” pero esto es sólo una fracción de la historia. La región nunca hubiera visto esas mejoras en cuanto al empleo y la reducción de la pobreza si el Fondo Monetario Internacional (FMI) hubiese mantenido la última palabra.
En cuanto a los líderes de Europa, pues, no tienen nada que perder más que su dignidad nacional, la cual no parecen valorar mucho. Sin embargo, el mundo será un lugar mejor y más seguro cuando más países europeos, al igual que la mayor parte de América Latina, declaren su independencia de Washington.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.