11 Julio 2012
Mark Weisbrot
The Guardian Unlimited, 9 de julio de 2012
En Inglés
Los medios reescriben la historia cada día, y al hacer esto, a menudo impiden que entendamos el presente. Las últimas elecciones presidenciales en México son un buen ejemplo: informaciones en la prensa indican que Felipe Calderón, el actual presidente del PAN (Partido de Acción Nacional) “ganó las elecciones de 2006 por un estrecho margen.”
Pero esto no es realmente cierto. Y tal vez sea más difícil comprender el escepticismo del pueblo mexicano en cuanto al resultado de las elecciones actuales al no entender lo que realmente sucedió en 2006. Los resultados oficiales indican que Enrique Peña Nieto, candidato del PRI (Partido Revolucionario Institucional), ganó 38.2 por ciento del voto, comparado con 31.6 por ciento a Andrés Manuel López Obrador, del PRD (Partido Revolucionario Democrático) y 25.4 por ciento a la panista Josefina Vázquez Mota. No ayuda aliviar ese escepticismo el hecho de que las elecciones actuales han sido manchadas por reportes de compra de votos. Según el Washington Post:
Fue una elección que no fue ni limpia ni justa,” dijo Eduardo Huchim de la Alianza Cívica, una organización ciudadana en México financiada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Esto fue soborno en una escala masiva, dijo Huchim, quien es también ex-funcionario del IFE (Instituto Federal Electoral). “Fue, tal vez, la operación de compra de voto y coerción más grande en la historia del país.
Puede ser que no esto no bastara para cambiar el resultado de la contienda presidencial, pero para ellos que entienden lo que realmente pasó en 2006, la falta de confianza por parte de los votantes es completamente comprensible. Ese año, el margen oficial entre Calderón y López Obrador, candidato perredista también en 2006, fue de 0.58 por ciento. Pero hubo irregularidades electorales masivas. La más sobresaliente, que la prensa internacional mayormente ignoró, fue los problemas con la suma de los votos. Según el procedimiento electoral mexicano, cada lugar de votación recibe una cantidad de boletas electorales en blanco. Después del voto, el número de boletas en blanco sobrantes, más el número de votos emitidos, deben sumarse al número original de las boletas en blanco. En casi la mitad de los lugares de votación, estos números no sumaron bien.
Pero la situación fue aún peor que sólo eso. Como respuesta a la presión pública, las autoridades electorales mexicanas llevaron a cabo dos recuentos parciales de las boletas electorales. En el segundo, recontaron una muestra grande —un 9 por ciento del voto total. Pero sin ninguna explicación, se negaron a publicar el resultado del recuento.
Entre el 9 y el 13 de agosto, el IFE publicó en su sitio de web miles de hojas de los resultados del recuento, las cuales incluyeron los totales de casillas recontadas. Entonces sería posible, con cientos de horas de trabajo, reconstruir el desenlace del recuento y compararlo con los resultados previos. En el Centro de Investigación en Economía y Política, hicimos esto con una muestra aleatoria grande (de 14.4 por ciento) de las casillas recontadas. En estas casillas, el margen de Calderón desapareció.
Puede que esto explique por qué el IFE nunca anunció al público los resultados del recuento, y por qué el IFE negó llevar a cabo un recuento completo —que habría sido justificado en unas elecciones con tan estrecho margen y con tantas irregularidades. Un recuento completo podría haber cambiado el resultado, o determinado que el ganador no podía ser definido.
En aquel momento me llamó la atención la falta de interés de los medios en cuanto al problema de sumar de los votos, y el resultado del recuento. Los dos resultados estuvieron disponibles en el web. Aunque fuera laborioso cuadrar los datos del recuento, cualquier organización mediática con unos miles de dólares podría haber contratado temporalmente a algunas personas para hacer las cuentas. Pero el tema no le interesó a ninguna.
López Obrador cometió un error al reclamar que las elecciones de 2006 fueron robadas sin exigir que los resultados del recuento fueran publicados — posiblemente porque no confió en que éstos serían más legítimos que el cómputo original. Él sí llamó atención al problema de la suma de los votos, pero los medios no le hicieron caso y generalmente lo presentaron como mal perdedor.
Tanto las elecciones de 2006 como las de 2012 fueron manipuladas de otras maneras. Un estudio de la Universidad de Texas revela que hubo prejuicio mediático significativo en contra de López Obrador en 2006, y que éste bastaba y sobraba con influenciar el resultado de una elección de margen tan estrecha. Casi el 95 por ciento de las emisiones televisivas están controladas por sólo dos empresas, Televisa y TV Azteca, y la hostilidad de estas hacia el PRD ha sido documentado.
Durante la campaña presidencial actual, este duopolio mediático fue criticado por no transmitir en cadena nacional el primer debate presidencial del 6 de mayo. Después de que manifestantes estudiantiles fueron calificados como agitadores, se lanzó un movimiento de protesta en contra de los medios televisivos. Fue llamado “#YoSoy132,” después de que 131 de los manifestantes originales grabaron un video viral en que mostraron sus cédulas estudiantiles para comprobar que eran estudiantes auténticos.
John Ackerman hizo bien en criticar al Presidente Obama cuando él felicitó a Peña Nieto como ganador antes de haber recibido la confirmación del resultado. Esto fue parecido a los esfuerzos de la administración de Bush de ayudar a Calderón en 2006, que empezaron inmediatamente después del voto. Calderón lanzó una campaña para establecerlo como el “ganador” y usando como ejemplo la estrategia de Bush en 2000 de aprovechar “la ventaja local” en Florida, como explica Jeffrey Toobin en su excelente libro “Too Close to Call” (“Resultados demasiado cercanos para declarar ganador”).
Como ya he notado, no es porque los votantes mexicanos sean derechistas que México se ha inclinado hacia el lado contrario de la tendencia política de los últimos 14 años en América Latina. Un país tras otro (Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Honduras, El Salvador, Nicaragua, y otros) han elegido y reelegido gobiernos izquierdistas en reacción al fracaso económico de largo plazo de 1980-2000, el peor en más que un siglo. Y la situación económica en el resto de la región ha mejorado durante la última década —pero en México, no.
Algunos han destacado que los otros presidentes izquierdistas de las Américas también enfrentaron a un sector mediático hostil y prejuiciado, y no obstante, lograron ganar. Esto sí ha sido cierto en todos los países mencionados —algunos, como Bolivia, tienen medios aún peores que los de México. Pero México, según se dice, está “tan lejos de Dios y tan cerca a Estados Unidos.” Es una cosa presentar un líder ecuatoriano o boliviano como “otro Hugo Chávez,” como hicieron los medios allá y en otras partes. En su mayoría estos candidatos se lo tomaron con risa. Pero cuando los medios en México le hacen lo mismo a López Obrador —tal como han estado haciendo desde 2006— tiene otro significado. México comparte con Estados Unidos una frontera de 2,000 millas y dirige hacia el norte un 80 por ciento de su exportación no petrolera—esto sin mencionar los 12 mil millones de mexicanos viviendo en Estados Unidos. Los medios derechistas de México están bien orientados para montar una campaña de miedo eficaz.
Desde Grecia a Irlanda a México, es así como las élites mantienen su poder en economías en fracaso —no por ofrecer la esperanza, por delicada que sea, de un futuro mejor— sino por propagar el miedo de que cualquier intento a crear una alternativa positiva causará el Apocalipsis.
Mientras que la derecha en México siga controlando los medios televisivos —y puedan seguir contando con un seguro extra por manipular el proceso electoral como lo sea necesario—México tendrá una democracia muy limitada y el país no alcanzará su potencial económico.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.